Tu historia no terminó donde dolió: Reescríbela desde el poder, no desde la herida
%202.png)
El otro día, tres hermanos vinieron a verme en terapia para hablar de una misma experiencia que tuvieron en su infancia.
Mismo hogar.
Mismos padres.
Misma escena.
Pero cuando cada uno empezó a hablar, me encontré ante tres relatos completamente distintos.
En silencio pensé:
“Es increíble cómo una misma experiencia puede generar tres historias tan diferentes…”
No solo vivimos lo que nos pasa. Vivimos lo que interpretamos.
Y esa interpretación, con el tiempo, se convierte en identidad.
Lo que te pasó no define tu vida…
Lo que significó para ti, sí.
Hay una diferencia abismal entre el evento y la historia que creaste a partir de él:
- El evento es lo que ocurrió.
- La historia es lo que decidiste que eso decía sobre ti, sobre los otros, sobre el mundo.
Ese significado está influido por muchas cosas:
Factores que moldean tu historia:
- ¿Tenías la edad y madurez para entender?
Lo que no se comprende, se siente como amenaza.
Ejemplo: un niño no sabe que su papá está ausente porque tiene depresión.
Solo siente que papá no está.
Y muchas veces concluye: “no soy suficiente para que se quede.”
- ¿Te sentiste seguro para procesar lo que sentías?
Si llorar era debilidad o el enojo estaba mal visto, quizás aprendiste a tragar tristeza o rabia.
Y cuando algo no se puede sentir, tampoco se puede entender.
Solo se guarda como carga pendiente.
- ¿Alguien te ayudó a ponerle palabras a lo que viviste?
Cuando nadie nombra tu experiencia, se convierte en confusión.
Y muchas veces, esa confusión termina en culpa.
- ¿Quién necesitaste ser para seguir perteneciendo?
Esta es una de las más potentes.
Porque muchas veces, interpretamos lo que vivimos no desde la verdad, sino desde la necesidad.
Y la necesidad más profunda de un niño no es la verdad.
Es el amor.
Si para pertenecer tuve que ser “la fuerte”, aprendí a no sentir.
Si para ser aceptada tuve que agradar, aprendí a callar.
Si para no incomodar tuve que minimizar, aprendí a justificar lo injustificable.
Así se forma la historia:
No como realmente fue, sino como necesitaste que fuera para sobrevivir emocionalmente.
El problema no es tener una historia.
El problema es no saber que te la estás contando.
- “No puedo confiar en nadie.”
- “Yo siempre tengo que hacerme cargo de todo.”
-“Si me muestro vulnerable, me van a lastimar.”
Estas frases no son verdades absolutas.
Son narrativas internas no cuestionadas.
Son heridas que aprendieron a hablar.
¿Cómo se reescribe una historia que llevas años contando?
Sanar no es solo “querer sanar”.
Es mirar la historia a los ojos… y narrarla desde otro lugar.
Aquí no hay fórmulas mágicas, pero sí pasos poderosos:
- Nombrar la historia
La historia no se desarma si no se hace consciente.
Empieza así:
“La historia que me estoy contando es que si alguien se aleja, es porque no soy suficiente.”
“La historia que me estoy contando es que tengo que cargar con todo o nadie lo hará.”
“La historia que me estoy contando es que no tengo derecho a pedir ayuda.”
Nombrarla le quita poder.
Nombrarla te devuelve el timón.
- Identificar desde dónde la narras
¿Quién está contando esa historia dentro de ti?
¿Tu niña herida que necesitaba sentirse vista y no lo fue?
¿Tu adolescente que aprendió a protegerse desconfiando de todo?
¿O tu parte adulta, consciente y capaz de ver más allá de la herida?
La historia cambia radicalmente cuando dejas que la cuente tu yo más sabio, no tu yo más herido.
- Entender qué necesidad protege esa historia
Toda historia tiene una función, aunque sea disfuncional.
No es solo drama: es supervivencia emocional.
Tal vez te contabas que:
“Nadie es confiable” para no volver a abrir el corazón.
“Mejor sola que mal acompañada” para no sentir abandono.
“Yo puedo sola” porque en el pasado, nadie vino a ayudarte.
Pregúntate:
¿Qué parte de mí estaba tratando de mantenerse a salvo con esta historia?
Ahí empieza la verdadera sanación.
- Elegir una narrativa más sabia
No se trata de negar el pasado ni de repetir frases vacías.
Se trata de elegir una versión que honre tu verdad sin atraparte en ella.
Una historia más sabia dice:
“Lo que viví me dolió, pero ya no necesito protegerme como antes.”
“Hoy tengo más recursos. Puedo sostener lo que antes no podía.”
“Ya no necesito vivir desde la defensa. Hoy elijo desde la conciencia.”
Reescribir no es negar el dolor:
Es dejar de contártelo desde la herida y empezar a narrarlo desde la parte de ti que ya no quiere vivir en automático, sino en libertad.
Aha Moment:
Tu historia no se reescribe para cambiar el pasado.
Se reescribe para no repetirlo.
Porque si no cambias tu relato interno, cambiar de pareja, de trabajo o de ciudad…
Será solo un cambio de escenario, no de guión.
La historia que más se repite en tu mente no es la más cierta.
Es la más practicada.
Y como todo lo practicado, puede ser desaprendido, resignificado y transformado.
Preguntas que abren la puerta
¿Qué historia me estoy contando sobre lo que viví?
¿Es una historia que me expande o me contrae?
¿Quién sería yo si empezara a contarla distinto?
Para cerrar...
No puedes cambiar lo que pasó.
Pero sí puedes cambiar desde dónde te lo cuentas.
Y a veces, ese pequeño cambio de perspectiva… cambia toda tu vida.
Si todo esto te hizo clic…
Si sentiste que estás lista para empezar a contarte tu historia desde otro lugar…
Te invito a ver mi masterclass: Reinterpreta tu historia.
Ahí profundizamos justo en esto:
cómo transformar la narrativa que creaste desde el miedo o la herida,
y empezar a verla con más compasión, más claridad y más verdad.
Puedes acceder desde la Comunidad Más Paz Mental,
y si aún no formas parte, te regalo 7 días gratis para que explores este espacio y te acompañes con calma.
Porque tu historia no se trata solo de lo que viviste…
sino de cómo decides contártelo hoy.