No estuve ahí... y aprendí esta dura lección

Hace unos años, a mi cuñada le detectaron cáncer… y me cuesta admitirlo:
no estuve ahí para ella.
No como me hubiese gustado.
No porque no me importara, no porque no la quisiera, sino porque me asusté…
Mi relación con la palabra “cáncer” era complicada. Me ponía nerviosa, me paralizaba.
No sabía qué hacer, no sabía qué decir. Así que hice lo que hago cuando algo me asusta demasiado: lo evité.
Y también asumí cosas:
Supuse que ella prefería estar sola con su familia.
Supuse que llamarla semanalmente podría incomodarla.
Supuse que visitarla me haría ver como una intrusa.
Supuse que, si hablábamos, podía hacer una pregunta que le incomode.
Supuse que quizás no quería hablar conmigo porque tal vez ya tenía a otras personas más cercanas pendientes de ella.
Así que, en lugar de preguntarle qué necesitaba, en lugar de simplemente estar, me alejé.
Recuerdo haber pasado incontables veces frente a su casa (vivimos cerca), detener el carro, mirar su puerta, respirar hondo, abrir la puerta para bajarme y tocar… pero volver a subirme. Luego, tomar el celular para llamarla y no ser tan intrusiva… y colgar antes de que pudiera sonar.
"No, mejor después."
Pero ese “después” nunca llegaba.
Hasta que hace poco le pedí disculpas.
Y su respuesta fue rápida:
"¡Ay, no pienses en eso! Nada que ver."
Pero sí hay que pensarlo.
Porque cuando eres la que está en la cama, cuando eres la que recibe el diagnóstico, cuando eres la que necesita sostenerse en otros, te das cuenta de lo que realmente importa.
Y ahora que tengo cáncer, lo veo desde el otro lado.
Me he sorprendido con la cantidad de personas que han estado ahí para mí.
Amigos que me llaman, aunque no les conteste.
Familiares que aparecen con una sopa caliente, aunque no siempre me pare a recibirlos.
Gente que me manda un mensaje solo para recordarme que existo para ellos.
Y también me he sorprendido con las personas que no han dicho nada hasta ahora.
Gente que quiero mucho, que sé que me tiene en su corazón, pero que ha tardado semanas, meses en escribirme… porque no saben qué decir.
Y cuando finalmente lo hacen, muchas veces el mensaje empieza así:
"Steph, te he tenido mucho en mis pensamientos… pero no te he escrito porque, honestamente, no quiero ser inoportun@.”
Y lo entiendo.
De verdad, lo entiendo.
Porque yo fui esa persona.
Pero ahora, desde este lado de la historia, me hago una pregunta que me encantaría que todos nos hiciéramos:
¿Qué es peor? ¿Ser inoportuno o ser indiferente?
Porque hoy lo tengo claro: prefiero mil veces ser la persona que se arriesga a ser inoportuna.
Prefiero ser la amiga que manda un mensaje incómodo, que no sabe si va a decir lo correcto, pero lo dice igual.
Prefiero ser la que aparece con una sopa que quizás no se quieren comer en ese momento, pero que les recuerda que pensé en ellos.
Prefiero ser quien se queda en silencio cuando las palabras sobran, pero no se aleja.
Porque a veces no sabemos cómo estar ahí para alguien, pero pequeños gestos pueden marcar la diferencia.
Así que, si no sabes cómo acompañar a alguien en un momento difícil, prueba esto:
1. Presencia antes que palabras
No te preocupes por decir algo perfecto. Muchas veces, la mejor manera de apoyar a alguien es simplemente estar ahí, sin forzar conversaciones, sin buscar cambiar la emoción que la persona esta experimentando, ni buscar arreglar nada.
Puedes decir algo tan simple como:
"Quiero que sepas que estoy aquí contigo acompañándote."
O incluso, no decir nada y simplemente acompañar en silencio.
2. Ofrécete de forma específica
En lugar de preguntar “¿Necesitas algo?” (porque muchas veces, la persona ni siquiera sabe qué necesita), prueba algo más concreto:
"Voy al supermercado, dime tres cosas que pueda comprarte. Si se te ocurren más también."
"Voy a cocinar esta noche. Te guardo una porción y te la dejo."
"Sé que hoy estas cansada. ¿Te puedo buscar a los niños en el colegio?"
"Tengo un rato libre esta tarde, ¿quieres que pasemos un rato junt@s? No traigo soluciones, pero sí buena compañía"
"Si en algún momento necesitas compañía en una cita médica, dime y te acompaño.”
3. No midas tu impacto en su reacción
Si la persona no responde de inmediato o no parece muy entusiasmada, no significa que tu presencia no importe. Acompañar a alguien en el dolor no siempre se siente como un "gran momento", pero el efecto es profundo.
Si alguien no responde, puedes enviar un mensaje simple como:
"No tienes que contestar, solo quiero que sepas que aquí sigo."
Así que si este texto te recordó a alguien que está pasando un momento retador, prueba este enfoque. No pienses demasiado en hacerlo perfecto, solo da un paso.
Porque estar presente no tiene porque ser complicado.
Porque sí hay algo que se siente peor que un mensaje imperfecto, es el silencio.
Y al final, cuando todo pase, lo que queda en la memoria no es quién dijo las palabras perfectas o quién supo exactamente qué hacer.
✨ Lo que queda es quién ESTUVO.
Cuéntame... ¿Alguna vez has estado en una situación en la que sentiste que las personas que más necesitabas a tu lado se alejaron? O quizás fuiste tú quien se alejó. ¿Cómo lo manejaste?
Te leo.
Con cariño,
Stephanie
Nota: 💡 Es normal frustrarse cuando sentimos que alguien no quiere ayudarse a sí mismo, y eso puede ser agotador. Para esos momentos, te recomiendo mi guía “Cómo ayudar a alguien a querer ayudarse” , donde comparto estrategias para acompañar sin invadir, estar presente sin presionar y, sobre todo, ayudar a la persona a reconocer el valor de su propio proceso. Así, podrás ser un verdadero apoyo sin asumir el peso de “salvar” a alguien.