Mamá, tenemos que hablar…

Durante años tuve miedo de ponerle límites a mi mamá… hasta que el cáncer me enseñó que amarnos bien también implica decirnos la verdad. Esta es nuestra historia.
Oferta Limitada! Prueba 7 días GRATIS

Únete a la Membresía y empieza a transformar tus límites - Por tan solo $28 USD al mes!

Como psicoterapeuta, algo que he escuchado incontables veces en consulta es:

“Mi relación más complicada es con mi mamá.”

Y no importa cuántas veces lo escuche, siempre pienso: ¿por qué será?

¿Por qué, para tantos, la relación con la persona que nos dio la vida puede ser la más difícil?

La verdad es que no tengo una respuesta única. Al mismo tiempo, sí sé, porque lo he vivido, que esa relación puede ser también la más sanadora si ambas partes están dispuestas a hacer el trabajo.

Te hablo no solo como psicoterapeuta, sino como hija. Una de mis relaciones más complicadas, y hoy, una de las más sanas y genuinas, ha sido con mi mamá.

Déjame contarte…

Hace 7 años, cuando nacieron mis hijas prematuras y pasaron su primer mes en el hospital, viví uno de los momentos más duros de mi vida. Al mismo tiempo, lo más duro no era el hecho de que mis hijas estaban tan delicadas, sino mi relación con mi mamá en esos momentos.

Mi sensibilidad extrema, mi complacencia, mi miedo a incomodar o a enojar me jugaban en contra. No me atrevía a decirle a mi mamá cosas tan simples como:

  1. “Por favor, no las acaricies que el doctor dice que pierden calorías.”
  2. “Por favor, no atiendas llamadas de tus amigas cuando estamos juntas.”
  3. “Mamá, no quiero consejos ahora, solo necesito silencio.“

Lo que para otros sería un pedido sencillo, para mí era un nudo en la garganta. Me callaba.

Y esa incomodidad, en vez de desaparecer, crecía. Me frustraba. Llegaba a casa y me desahogaba con mi esposo. Pero mi mamá, sin saberlo, y con las mejores intenciones, seguía siendo parte de ese ciclo de malestar porque nunca le decía cómo me sentía.

Hasta que un día, mi esposo —preocupado por mi salud emocional— tomó una decisión por mí: le pidió a nuestras familias que no nos visitaran por unos días.

Y así, con un pequeño límite que no salió de mí, comenzó un proceso que me llevaría años aprender: el poder de poner límites sin sentir culpa.

Mi mamá no entendía qué estaba pasando.

“¿Cómo así que no puedo visitar a mis nietas? ¿Por qué mi hija no me atiende las llamadas?”

Yo tampoco sabía explicarlo bien.

Ella venía de una generación donde poner límites se interpretaba como falta de respeto, y yo, como hija, tenía miedo de que me viera como egoísta o malagradecida.

Al mismo tiempo, este problema abrió la puerta a algo nuevo: conversaciones incómodas y dolorosas, lágrimas y pequeños pasos difíciles hacia algo más bonito.

Con el tiempo, ambas evolucionamos y aprendimos a entendernos.

Ella aprendió a escucharme más allá del rechazo que podía sentir ante los límites que ponía. Yo aprendí a comunicarme de manera más asertiva y a comprenderla mejor.

Hace un mes, todo cobró otro significado…

Cuando recibí mi diagnóstico de cáncer, todo el trabajo que habíamos hecho juntas tomó un rumbo que nunca imaginé.

Tres días después de contarle sobre mi diagnóstico, mi mamá me llama y me dice:

“Quiero hablar contigo. ¿Tienes 15 minutos?”

Mi corazón palpitó. Claro, porque todos sabemos que cuando una mamá dice "quiero hablar contigo", no es un simple update de la vida.

Nos encontramos en una esquina cerca de mi casa, y allí, con una voz más suave que nunca, me dijo:

“Mi vida, quiero acompañarte durante este camino, pero quiero hacerlo de una manera que te alivie, no que te agobie. Necesito que pongas todos los límites que creas necesarios. Quiero saber qué necesitas de mí y qué te gustaría que evitara.”

No puedo describir lo que sentí. Era como si todo ese esfuerzo, todos esos años de intentar entendernos, hubieran desembocado en este momento de amor puro en el momento que más lo necesitaba.

Le agradecí, nos abrazamos y continué dándole una lista:

  1. No atiendas llamadas cuando estés conmigo.
  2. No me cuentes historias trágicas de otras personas.
  3. No te refieras a mi situación como una tragedia.
  4. Habrá momentos en los que solo necesitaré tu compañía en silencio. Te pido que lo respetes.
  5. Y más…

Ella lo anotó todo. Me escuchó sin interrumpir. Y al día siguiente, cuando pasamos horas juntas en el hospital, lo respetó.

Pero algo curioso sucedió: surgieron nuevos límites. Y de nuevo, sentí ese viejo miedo. “¿Cómo voy a decirle más cosas? ¿Cómo le pido más límites sin que se sienta rechazada o que no es suficiente?”

Llamé a mi mamá por la noche con el corazón encogido.

“Hola, ma.”

Antes de que pudiera decir otra palabra, ella me interrumpió:

“Cuéntame, mi vida. ¿Qué otro límite tienes? Estoy aquí. No me lo tomo personal, porque entiendo que esto es lo mejor para las dos.”

Sus palabras me removieron por dentro y me sanaron al mismo tiempo.

Durante años tuve miedo de poner límites, de que se sintiera rechazada, de que creyera que no la amaba. Pero en ese instante, mi mamá me estaba diciendo, sin decirlo: "te amo más de lo que amo mis propias costumbres, mis creencias y mi necesidad de hacerlo a mi manera.”

Tragué saliva y respiré hondo. Si había un momento para ser honesta, era este y entonces le enumeré tres límites más.

“Ma… necesito que…”

Y ahí, con el corazón en la mano, le dije los tres límites.

Hubo un silencio.

Y entonces, con la voz más dulce del mundo, dijo:

“Anotado, mi vida. ¿Algo más?”

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero esta vez no de dolor, sino de alivio.

Mi mamá no solo aceptaba mis límites, los abrazaba.

Tomé aire, intenté hablar, pero no pude.

Solo dije:

“Gracias, ma.”

Y del otro lado, en ese mismo tono de amor infinito, escuché:

“Siempre, mi vida. Siempre.”

En ese momento, viví en carne propia algo que siempre supe, pero que ahora cobraba un significado más profundo. Y quiero compartirlo contigo:

Los límites no son barreras que separan, sino puentes que nos acercan desde la honestidad y el amor más genuino.

El acto de poner límites no es egoísta ni cruel. Es el mayor regalo que puedes darte y darle a quienes amas, porque cuando eres capaz de expresar tus necesidades, les das la oportunidad a los que amas de de amarte bien.

Te regalo esta mini guía: “Cómo empezar una conversación difícil con mamá”

Si aún no te atreves a hablar con tu mamá, aquí tienes un punto de partida:

Identifica qué necesitas expresar → ¿Qué te incomoda? ¿Cómo te afecta? Escríbelo. 

Elige el momento adecuado → Evita hablar en medio de una discusión o cuando amb@s estén tensos. 

Usa frases desde el ‘yo’ → En lugar de "tú siempre..." prueba con "yo me siento..."

Ej: En lugar de: "Tú siempre me comparas con otras personas."

Prueba con: "Yo me siento dolida cuando me comparas con otros, porque me hace sentir que no soy suficiente tal como soy. Por favor no lo hagas más."

P.D: Empieza con algo sencillo → No tienes que abordar todo de una vez. 

P.D 2: Acepta que puede tomar tiempo → No todas las mamás estarán listas de inmediato, y eso está bien. La repetición y las consecuencias son clave.

Si quieres más herramientas para poner límites y sanar tus relaciones, te invito a ver esta Masterclass: Cómo establecer límites sin culpa. ✨

Aprenderás a identificar tus necesidades, comunicarte con asertividad y priorizar tu bienestar sin sentirte mal por ello. 💜

Hoy, mi relación con mi mamá no es perfecta. Ninguna lo es. Al mismo tiempo, es sana y es una que ambas podemos disfrutar.

Pero también sé que no todas las puertas se abren.

Sé que no todas las mamás están dispuestas a tener conversaciones incómodas, a respetar o poner límites, o a evolucionar contigo. Y cuando eso pasa, puede doler en lo más profundo. Puede hacerte sentir que hay algo roto en ti. Pero quiero decirte algo importante: tu valor no depende de la relación que tengas con tu mamá.

Sanar no siempre significa reconstruir la relación. A veces, sanar significa aceptar que no es posible y darte el permiso de buscar tu propia paz.

Y si necesitas un espacio para explorar estas emociones, te invito a buscar apoyo.

Ya sea en terapia, o en membresías como mi Comunidad Más Paz Mental, donde te acompaño a reconocer tus necesidades, sanar heridas y aprender a vivir desde un lugar de mayor calma y poder interior.

No estás sol@. La sanación, sea cual sea el camino que elijas, siempre es posible.

Gracias por permitirme estar aquí contigo, compartiendo lo que alguna vez pensé que no sería capaz de contar.

Con todo mi cariño,

Stephanie

P.D. ¿Resonó contigo este mensaje? Responde con un “te leo” o comparte tu experiencia. Me encantará leerte.

Espero que te haya gustado! 

Si es así, comparte con tus seres queridos